De esos asuntos que resuelves en la madrugada, cuando parece que nada tiene solución.
Dispersión. Como enredadera de cartón. Detalles cuatro, después de cruzar
la barrera del tiempo. Cuatro mira al cielo azul como la claridad del mar.
Cuatro, como tierra que cubre todo lo viejo que hay. Cuatro se lleva la mano al
bolsillo, saca un reloj de sal, contempla tic tac, sueña de nuevo, un viaje
incansable para reunirse otra vez con su otra mitad. Cuatro esta triste, la
desesperación le llena el corazón sin embargo no se perturba. Cuatro camina
despacio, siente el aire vibrar, piensa en ella una vez más, la imagen se
esfuma con los rayos del sol. Duele el pecho, duele el corazón. Cuatro da un
paso, se detiene, ligeramente camina y se vuelve hacia atrás.
Magia cuatro, magia. Es solo el recuerdo de un pasado que se hace presente
para olvidar. Cuatro regresa, observa al frente infinito, siente miedo,
respira, presiona con fuerza el puño derecho, presiona la mandíbula, rechina
los dientes, pasa la mano por el cabello. Respira una vez más. Cuatro está
listo. Sin volver a mirar atrás, avanza lentamente hacia el futuro presente.
Sonríe, silba una vez más.
Cuatro levanta la mirada. Contempla una nueva tormenta, acaricia la piel de
color marrón juega en ella. Se hunde en ella. Percibe la frialdad de la
textura. Pervierte. Cuatro mira la puesta de sol, todo está perdido. Las gotas
de lluvia caen una a una, no pide perdón. No agrieta el alma perturbada.
Acaricia la piel marrón una vez más. Cuatro cruza. Llama a la nada. Llama. No
hay más que hacer. Cuatro reclama, el miedo. Reclama. Levanta la voz y huye…
Cuando Cuatro piensa no hay más que hacer. Cuatro se acompleja. Se esconde
detrás del viejo taburete. Señala. Alma de viejo. Alma buena. Es una tormenta.
Las gotas caen como espinas filosas. Se encajan de a una. Cuatro siente dolor.
El dolor de un hombre que no puede dejar de pensar. El hambre llama y la
señala. Cuatro camina despacio. La arena bajo sus pies. Aturde. Aturde…
Cuatro sigue pensando. Manos cruzadas, intocables. Siente la piel,
contempla la piel. Piensa. Viento, ruido. Mirada perdida. Cuatro no sabe qué
hacer. Cuatro esta y no está. Cuatro vive y está viviendo. Construye para si
una fantasía doble donde la realidad se modifica, donde solo él puede ser feliz.
Cuatro mira y no responde, divaga entre cada realidad alterna que se ha
creado. Cuatro contempla a su alrededor, el piso manchado, las paredes
cubiertas, los techos humedecidos. Sopor y aire fresco, contradicción
atmosférica. Cuatro se sumerge en la ensoñación de una nueva ilusión.
Cuatro contempla azul. Mirada cautelosa. Azul y mar, movimiento. Cuatro
llama a la puerta. Día siete. Día de noche, día que se olvida con un sorbo de
café. Cuatro yace a la izquierda, azul vive a la derecha. Y las estrellas que se
agitan en el vaso con hielo y licor. Cuatro reduce su voz a la emoción
palpitante de un mensaje llevado por el viento. Susurro de espaldas, unido a la
respiración de la ausencia, del pasado, de la soledad, del desamor. Cuatro
deposita humildad. Cuatro deposita silencio. El sol vive dentro de un día de
constante transformación. Paradoja.
El tiempo como un laberinto sumergido en el
mar. Cuatro no sabe que existe. Imaginó cuando niño, imaginó quizá mientras la
turbulenta ave se posaba en el marco de la ventana. Cuatro silba y se congela
en el tiempo. Cuatro llama de noche, espera que el cielo resplandezca y que las
estrellas azules bajen de nuevo hasta su ventana. Cuatro camina despacio con la
esperanza cautiva. En sus manos está la luz del día, del pasado, de aquel que
no vuelve.
Cuatro extraña consciencia. La piel que le
rodea y le es ajena, la piel turquesa que le mira sin palabras. El aroma tibio
de esa mirada absurda, impenetrable, inmolada caridad. Palabras tatuadas en la
memoria de su piel. La suavidad de una piel que se llena de sonidos
desconocidos. Cuatro intriga, cuatro llama. Cuatro sostiene en sus manos un
sobre que sugiere atención, una carta escrita en perfecto estilo y decoración. Las
letras de un desconocido, el contexto clave de su regreso, la tinta palidece y
las hojas mueren al caer del árbol.
Pantalón, camisa, naranja alrededor. Cuatro
dibuja siluetas en el viento noroeste. Se oculta al salir el sol. Un hábito,
una taza de café a diario. El viento todo lo destruyó en su paso por el mundo,
mientras el agitado mar pervertía al poeta naufrago.
Cuatro se mece a lado de la hoja que
palidece. Cuatro extiende sus alas al sol, es un ave tornasol. Cuatro teme, el
estómago se le retuerce y juega. Juega retorcido con el corazón impalpable.
El alma se le revienta con cada expresión.
Cuatro gira, todo a su alrededor languidece. Una película extraviada, un plano
que no concluyó jamás. Cuatro contempla el final de una película muda. Cuatro
se pregunta otra vez y sin descanso el origen de esta ceremonia furtiva. Cuatro
condiciona, establece un acuerdo con las nubes de tormenta, con las nubes
provenientes del sur.
La luz se cuela entre las persianas de la
ventana. Cuatro es adulto y evita crecer más. Las estrellas se deshacen como
hielo en tropical. Y la mirada de Cuatro, tan serena, tan callada, simplemente
se angustia. La piel de su cuello respira, percibe, siente el calor de una
noche que ha quedado atrás. Se cobija con las sábanas color marfil intentando
nuevamente conciliar el sueño.
Cuatro escucha el canto de aves que dan
vuelta alrededor de su cabeza, susurran secretos, hacen promesas pero Cuatro no
quiere creer más. Toma nuevamente el vaso con licor, sirve estrellas
congeladas, bebé. Sacude al corazón. Sacude al alma y de un solo trago termina
el contenido faltante. Recarga su cabeza sobre el sillón, cierra los ojos y por
un segundo olvida y perdona cada ofensa resentida en la piel que cala hasta los
huesos.
Cuatro está listo, su cuerpo es ligero para
flotar al caer el sol. Silencio Cuatro, silencio. El mundo lo observa. Cuatro
entonces toma el equipaje con ropas nuevas y camina hasta cruzar la puerta.
Nueva piel, aromas desconocidos, vuelo concluso. Se pierde en la arena, se
pierde en el sol, se pierde en el mar.
Cuatro siente, deja de respirar, le ocurre.
Mientras los cuatro cristales reflejan la misma imagen, esa imagen que no deja
escapar, aquella que se oculta detrás de cuatro sonrisas amables. Cuatro desea
florecer, tal cual como flor en primavera, Cuatro se construye por instantes,
continuos y constantes, cambiantes. Cuatro con voz serena, día de
descubrimiento, día de dolor.
Cuatro mira y siente. Hace consciente cada
centímetro de su piel, la sangre, los huesos, Cuatro es un cuerpo completo. Una
voz naufraga. Cuatro piensa, llora en silencio, ríe en silencio, mientras las
montañas doradas son cubiertas por el sol. Radiante Cuatro, el sol le persigue
mientras él vuelve a mirar hacia el río que corre sin descanso. Cuatro escucha.
¿Cómo es la mirada de Cuatro? Observa el reflejo de la luz que viene de la
montaña, acompaña al silencio, a la voz del río que filtra un sutil susurro no
solo en los oídos, sino en el alma de aquel que no puede dejar de pensar,
Cuatro vibra y hace vibrar mientras se introduce en el laberinto donde volverá
a ser acompañado, mientras las preguntas se generan sin poder detenerse más.
La luz cruza y se pierde, Cuatro la toma entre sus manos, Cuatro flota y
viene, sacude su presente mientras nada confuso. Cuatro tiene inquietudes que
se le clavan en la piel. Tantas, como aquellos pétalos que viven en los arboles
de un ciruelo. Cuatro espera escuchar los secretos de la montaña, a través del
agua que corre en el río que tantas veces contempla.
Lo que Cuatro no entiende aún es que el
tiempo es un regalo que él mismo se obsequia, así entonces el mismo tiempo
revelará los secretos que cuatro esconde. Como un laberinto, como un océano,
como un río, como una montaña cubierta por los rayos del sol. Como un ave que
vuela sin mirar atrás…
Cuatro, la piel de Cuatro.
Soñada violeta. Una mezcla de azul y
magenta.
V.B. / 2015